LAS CUATRO FILOSOFÍAS DE LA EDUCACIÓN
Las Cuatro Filosofías de la Educación
Desde la antigüedad el hombre ha estado preguntándose sobre el papel de
la educación en la sociedad, la cual pretende formar seres pensantes, sensibles
y con valores, aunque cuestionables por muchas razones, cuya finalidad es la de
educar para que seamos capaces de desenvolvernos en nuestro entorno y vivir
dignamente.
Desde la premisa filosófica: ¿qué somos? Es importante dar respuesta a
los interrogantes existenciales más antiguos hechos por el hombre en la forma
trascendente de la educación y preguntarnos, entonces, cómo debemos educarnos,
entendiendo la educación como medio sustancial para alcanzar la felicidad y la
autorrealización.
Pues bien, se nos habla de cuatro concepciones antropológicas de la
educación, donde cada una de ellas ha hecho aportes significativos, en cierta
medida, pero con algunas objeciones por sus métodos y sistemas a la hora de
impartir los conocimientos o saberes a los educandos.
Partamos de la concepción de que “Toda
Educación es Manipulable”. Esta teoría reza que el ser humano es un ser sin
esencia, ni estructura alguna, carente de unas características propias que le
permitan definirse y que la educación debe moldear. Es una pedagogía radical
según la cual todo tipo de educación es manipulación. En ella, la escuela está
lejos de ser, como decía San Juan Bautista De La Salle, “un lugar de salvación”;
no es posible concebir bajo este esquema a la escuela como un lugar de
realización y crecimiento, ya que toda intervención se plantea como un
condicionamiento externo. Sugiere que la no educación es la única forma de
educación, donde los niños estén en una situación de libertad sin reglas ni
fines y sin recompensa (positiva o negativa). Esta posición pseudoneutral deja
muy mal parada esta teoría, puesto que su praxis pedagógica es la no intervención,
la cual sostiene que las acciones de los estudiantes no acarrean consecuencias
censurables o exaltables por parte, incluso, de sus padres. Cabe preguntarnos
entonces ¿cómo pretendemos que nuestros estudiantes sin ningún tipo de censura
o recompensa, siendo ellos mismos, construyan y le den significado a lo
aprendido en cierta área del conocimiento?
Por otra parte, tenemos la pedagogía del Sentimentalismo, o bien conocida como “Emotivismo y búsqueda de la felicidad”. El objetivo último de esta
pedagogía es formar personas felices, con una educación emocional. Sugiere que
el refuerzo positivo es más útil. A ella pertenecen reconocidos filósofos como
Jhon Stewart Smill, quien señala que lo que da valor en sí a nuestras vidas son
los sentimientos tales como la compasión, la solidaridad, el amor, entre otros.
Una objeción a esta filosofía educativa es que, si bien es cierto que se debe
educar al niño en el amor y el respeto, valores fundamentales, también
tendríamos que hacerlo en aquellos que le permitan defender sus convicciones,
puntos de vista y pensamientos de la sociedad en que se encuentra inmerso.
No obstante, se nos expone: “Voluntad
y Educación en el Deber”. Esta corriente o teoría filosófica de la educación
de Santo Tomás de Aquino y a la que se une Emmanuel Kant, se basa en “que no
hay nada más bueno que una buena voluntad” pues es lo correcto para el hombre,
la conciencia moral que tiene inscrita (imperativo – categórico). También
sostiene que lo correcto no necesariamente tenga relación con la felicidad,
pues lo correcto no está en conseguirla sino en respetar lo que ordena la
conciencia moral más férrea.
Se podría decir que en esta pedagogía voluntarista, la educación no
propende directamente por una educación emocional, en reproche a lo sentimental
y emotivista, ya que educa en una conciencia moral donde sabemos lo que es
bueno y malo en el accionar del hombre, sin tener en cuenta la realización del
mismo desde la consecución de su felicidad. Sería, por esta razón,
cuestionable.
Por último, tenemos la teoría socrática – platónica de “Verdad, Bien y Belleza: nuestra esencia es
el conocimiento”; esta se basa en la razón, pero no en una razón de corte
racional y científico, sino en una razón desde la sabiduría, que propenda por
descubrir la esencia y el valor de las cosas; en descubrir que la educación es
la vida misma, en aprender diariamente algo nuevo a través de la búsqueda
incesante de conocer aquello que es desconocido. El educador debe hacer que el
niño, de forma autónoma, descubra ese conocimiento esencial que posee de manera
innata a través del diálogo amistoso y amoroso, de ahí que Platón afirmara que:
“pensar es dialogar en uno mismo”;
debe permitir que el educando se interese en lo que ha aprendido y no forzarlo
o hacerlo de manera coercitiva.
Pues
bien, después de haber hecho un análisis de estas teorías o doctrinas
antropológicas de la educación, cabe anotar, que cada una busca formar al ser
humano según las concepciones y el contexto de la época en que fueron pensadas,
aunque algunas un poco contradictorias. Es posible extraer aprendizajes útiles
de cada una para equilibrar el estilo propio de enseñar. De todas ellas, me
encamino más por la última, en el ideal de confianza que tiene en la educación;
en despertar ese interés y gusto en nuestros estudiantes por lo que aprenden,
por lo que les pueda servir para la vida, pues considero que la educación debe
ser un medio para conseguir, desde la integralidad, una vida digna y feliz.
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